jueves, 30 de agosto de 2007

EL INSOMNIO


Trato de cerrar los ojos, pero ellos continuan mirando en la penumbra de mi habitación, el ruido de las sirenas a lo lejos adornan la jungla que yace dormida casi en su totalidad. Doy la vuelta y el calor de la noche hace más ligera mi respiración. El tic tac del reloj de pared imita graves estruendos que aquejan mis oídos, el sumbido de un aleteo roza mi rostro y pasa de largo aumentando mi desesperado intento por conciliar mi sueño. Vuelvo a cerrar los ojos mientras mi cuerpo suda el acoso de unas mantas acolchonadas y con olor a lavanda. Pasa un lapso de no más de diez minutos y parece que traspaso el umbral del primer sueño, cuando de repente un ladrido perdido en la oscuridad penetra en mi espacio y los párpados se abren. Miro las manecillas y es media noche. El viento sopla ligeramente sobre el follaje y las ventanas suplican no ser torturadas por ramas insistentes.

Me siento algo cansado, sin embargo no puedo concentrar mis sentidos para abordar el barco hacia una inconciencia relajante en un mundo donde todos podemos ser reyes, donde el corazón no late pero aún así caminamos entre superficies que se desvanecen. Vivimos en la compleja relación de algo que existe, pero que no existe a la vez, abrimos puertas que conectan mundos ajenos y situaciones inverosímiles. Somos algo indefinido, que es capaz de arrastrarse en dimensiones amorfas. Conciliar, esa es la palabra. Dormir, ese es el verbo. No duermo, sólo fingo hacerlo, mi cuerpo lo detecta y queda varado en el crepúsculo de la conciencia. Nada es definitivo. Todo es una incógnita.

El insomnio golpea mi letargo, abusa de mi cansancio, expulsa el mágico momento de trance existencial, no permite desvanecerme en mares de calma, en tierras absurdas. No quiere muertes simuladas, aprisiona al conciente para permanecer en la realidad humana. Sin embargo mi cuerpo obliga a mi mente al descanso. Una pelea que tal vez dure toda la noche, una lucha con límite de tiempo donde las carcagadas se hacen escuchar. Risas apagadas, pero perceptibles en mi oído.

Me levanto de la cama y caminó a la cocina, prendo la luz y me cega ferozmente, bebo un poco de agua y me tallo los ojos, noto un ligero ardor en los párpados. Vuelvo a la cama y miró el reloj, SEIS DE LA MAÑANA (HORA DE EMPEZAR EL DIA).

Absurda situación el querer y no poder.

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