jueves, 17 de enero de 2008

PASION EN LOS TUNELES. PRELUDIO ANTES DE LA CREACION


Marqué los números que, algo descoloridos y borrosos, se mostraban en el pedazo de papel cuadriculado. Uno por uno oprimía en el celular, subyugados bajo las sudorosas yemas de mis dedos. Cuando escuche su voz, mis nervios entumieron gran parte de mi boca- BUENO, BUENO-, brotaba una vocecilla dulce del otro lado de la línea; mis palabras se bloqueban, como perforadas por taladros de concreto, era complicado intentar gesticular un simple BUENO por una línea que, aparentemente te resguarda de un anonimato perecedero. En el momento que contesté sentí un balde de agua fría sobre mí, cada gota de ese líquido inexistente, caía hacia mi palpitante corazón, que conforme aumentaba la tensión, enloquecía dentro de mi pecho como un volcán apunto de explotar. -A... eres tú-, contestaba la melodiosa voz de una mujer,-Se que eras tú, por que no constestabas-, exclamaba, -Como estas-, la típica frasesilla introductoria salía de mi como un cohete fallido, -Ay que milagro, te puedo ver al rato, salgo en 30 minutos, puedes venir por mí-, decía la otra voz con vibraciones amables y sinceras,- OK, salgo para allá-, finiquitando la conversación con una sensación de franca imbecilidad. Agarré las llaves de la NEGRA SUZI, la que alguna vez me acompaño por senderos de pasión, y salí en busca de un encuentro sobre el solsticio de primavera en un año pretérito, ya auscente de presencia temporal, pero resguardado en el baúl de las memorias.

Miré el reloj, diez treinta, y las manecillas ansiosas seguían su paso apresurado a la eternidad del tiempo. TIC, TAC, TIC, TAC, se oía por el andén solitario de multitudes acechantes, de cuerpos que pisotean el silencio y la tranquilidad añorante. Esperaba con remolinos en mi cabeza el encuentro con M... Remolinos que me provocaban tempestades tropicales, de esas que inundan hasta el más alto de los pensamientos situados en la cumbre de la subjetividad.

El tren anunciaba su llegada con una rafaga de viento, mi abrigo se ondeaba al ritmo de las notas del aire, mi cabello se alborotaba con desquicia y mis manos seguían putrefactas en mis bolsillos. La estadía en aquel lugar, significaba la conmoción de mis sentidos, un nerviosismo angustiante y el brote de sudor en las palmas de mis manos. Las puertas se abrían en sincronía, pocas almas dejaban atrás sus asientos en aquel gusano naranja, otros seguían su camino, y para mí, una silueta a lo lejos.

La figura dibujaba trazos de malicia con pasos de lujuria. Sus tacones se escuchaban retumbar por toda la estación, su vestimenta inquería en las etéreas formas del cielo, cada vez que la veía más cerca de mí, intuía que, tal vez, mis constelaciones estarían acosándome en poco tiempo. La ví sonriente, me saludó con precipitación. Recuerdo notablemente sus rasgos aquella primera vez que la ví. Estaba sola en un pequeño café de la ROMA, tenía sus piernas cruzadas y un cigarrillo en la mano, su bebida humeante se mezclaba con la mesilla color marrón del lugar, su rostro palidecía ante el frío desquiciante de la noche, sus labios enmarcaban el ejemplo perfecto de la sensualidad, sus ojos cristalizados por lágrimas en espera, se matizaban en un amielado color, protegidos por inmensas pestañas y un delineado negro. Ese rostro seguía intacto delante de mi vista, embellecido un poco más por una sonrisa que debilitaba a él más rudo de los gladiadores .

Un beso en la mejilla, un abrazo de reencuentro, un saludo de cortesía, una mirada que hipnotizaba, todo un paquete que hace soñar, o por lo menos, hace valer la estadía en la iluminada estación del metro. Tomó mi mano, y platicamos de la última vez que tocamos nuestros rostros, de la última vez que nuestras penas y delirios tomaron forma, y en nuestros dolores volaron con aleteos trémulos, y nuestras pasiones y deseos quedaron pendientes. Cerrando ojos, abriendo las manos, sintiendo su aliento sobre mi cara, me dijo- BESAME-, mis labios como encadenados por grilletes transparentes siguieron la ruta hacia su húmedo carmesí. Un leve movimiento, de esos que rompen estados catatónicos, fue el iniciador de una hecatombe, de una lucha frenética de labios, de olores y de antojables presencias de la lengua. Osculos de perdición, llenos de fuego, alimentados por la furia de mareas cálidas y olas incandescentes. Susurró a mi oido, -Te tengo una sorpresa, sólo sígueme-, tomando mi mano, me dirigió hacia el final del andén. El llegar de otro tren en pleno acto de fundición de caricias con una inesperada danza invisible, despertó en los dos una gigantesca pasión hiriente, de esas que invaden las entrañas del alma. Abrió agilmente la puerta de la cabina del condutor, la que en ese momento carecía de control, y me jaló de la camisa con violencia hacia la boca de las fantasías, entre la oscuridad y la luz.

Las pinceladas empezaban a vivir sobre el lienzo, cada color tomaba su posición, cada matiz coloreaba nuestras siluetas en medio de la penumbra. La mezcla vivaz nos envolvía con su más tenebrosa fórmula, dos cuerpos bailando entre mecanismos y controles automatizados, dos cuerpos semidesnudos que aparecian y desaparecian con la danza de reflectores. Ella besó mi cuello con desquicía, mordiendo cada parte, bajaba con sazón hacia mi pecho, lamiendo todo sin excepción. Sus piernas se entrecruzaban con las mías, en un juego perfecto de serpientes enroscadas, listas para fundirse entre venenos. Su boca infernal se apoderaba del inquieto inquilino resguardado entre telas de algodón y resortes. Intensas ráfagas de humedad cubrian mi hombría, cada una de ellas refrescaba el incendio que empezaba a surgir sobre mí. Desorbitado entre felaciones y arañazos, tomé su cuerpo con violencia, aprisionándola sobre la puerta. Viéndola de este modo, mis demonios se apoderaron de su alma en una intensa lucha por sobrevivir a una próxima muerte. Deleite mis sentidos con su piel, toque hasta el más escondido pliege de su anatomía. Su boca, sus labios y su sexo, fueron víctimas graves de un acoso psicótico y sicodélico. Sentir su angustia, su deseo, su deliciosa calidez en mí, por medio de un bello ritual de embestidas y cabalgatas frenéticas, ocasionaba choques eléctricos sin parar. En cada estación surgía una mirada, una legión de voyeuristas con máscaras de brama, de enloquecimiento, miraban extasiados a un par de sombras amándose, tocándose en un trance melódico y a la vez sádico. Sin cesar el amorío, la penetraba una y otra vez, en un festín de líquidos. Continuamente me bañaba con sus perfumes, con sus cascadas vaginales, mientras mis labios ahogaban su aliento entre mi boca, atrapandoló y encarcelándolo en una celda flanqueda por mi lengua torturante. Mis manos se apoderaban de sus tetas, que pedían auxilio a la emboscada abasallante de mis dedos. Los gritos de placer que salían de nuestro ser marcaba la culminante batalla de placer, los dos sentimos el apoderante poder del orgasmo en medio de cristales empañados y huellas de deseo.

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